Lo importante de la tecnología no es lo que hace con nosotros, sino lo que hacemos con ella.
La Inteligencia Artificial (IA) puede sonar a ciencia ficción, algo lejano o demasiado complejo, pero en realidad ya es parte de nuestro día a día. Cuando utilizamos apps móviles, recibimos recomendaciones personalizadas o hablamos con asistentes virtuales, estamos usando tecnologías basadas en IA: sistemas informáticos que analizan grandes cantidades de datos para identificar patrones, aprender de ellos, tomar decisiones y realizar tareas que antes requerían intervención humana directa.
En los últimos años, esta tecnología ha comenzado a interesar profundamente a las organizaciones. ONGs, fundaciones y cooperativas están explorando cómo usar la IA para mejorar sus intervenciones, optimizar procesos internos o detectar anticipadamente situaciones de vulnerabilidad social.
Pero desde una perspectiva ética y humana, aún estamos en una fase inicial. El Tercer Sector enfrenta el desafío no solo de adoptar nuevas tecnologías, sino de comprender profundamente sus implicaciones éticas y cómo alinear su uso con valores fundamentales como la justicia social, la equidad y la dignidad humana.
Este artículo es una invitación a pensar juntas sobre cómo aprovechar responsablemente el potencial de la IA sin perder nuestro enfoque humano esencial. La inteligencia artificial, como cualquier otra tecnología, no es neutral. Se construye con datos del mundo real y, por lo tanto, puede replicar y amplificar sesgos, prejuicios y desigualdades existentes. Esto obliga a las entidades sociales a abordar la IA con precaución y responsabilidad ética.
Imaginemos un sistema informático que decide automáticamente quién debe recibir ayudas sociales. Si se basa en datos históricos donde ciertos colectivos estuvieron excluidos o subrepresentados, podría reforzar injustamente esas exclusiones. Por otro lado, también está en juego la privacidad: nuestras organizaciones manejan datos sensibles, por lo que la mala gestión de estos sistemas podría causar vigilancia indeseada o vulneración de la intimidad personal.
Por último, el riesgo de deshumanización es crucial. En ámbitos como la discapacidad, las adicciones o la exclusión social, la relación directa, empática y humana es irremplazable. La implementación descuidada de la IA podría erosionar estas relaciones fundamentales, debilitando la calidad del cuidado que ofrecemos desde nuestras entidades.
A pesar de estos riesgos, la IA ofrece beneficios claros y valiosos para entidades sociales:
- Mejora la eficiencia administrativa: Automatizando tareas burocráticas repetitivas, se libera tiempo que puede invertirse en acompañamiento directo, escucha activa y atención.
- Detección temprana de vulnerabilidad: La IA es capaz de identificar patrones de riesgo social o crisis emocionales antes que los humanos, facilitando intervenciones preventivas oportunas y precisas.
- Personalización de intervenciones sociales: Los sistemas inteligentes pueden ayudar a diseñar planes más individualizados, adaptados a necesidades específicas, facilitando un seguimiento más detallado de cada caso.
Es importante enfatizar que estas ventajas no pretenden sustituir el trabajo humano, sino complementarlo. La IA debe siempre actuar como herramienta que mejora nuestra capacidad de ayudar y acompañar a las personas.
Junto con los beneficios, hay riesgos éticos específicos que las entidades sociales deben considerar activamente:
• Refuerzo de discriminaciones: Una IA mal diseñada puede perpetuar sesgos históricos, excluyendo o limitando oportunidades a colectivos vulnerables.
• Exclusión algorítmica: Los sistemas pueden inadvertidamente excluir o invisibilizar perfiles diversos, generando discriminación involuntaria en el acceso a programas sociales.
• Deshumanización en la atención: Una excesiva automatización podría debilitar la cercanía y empatía, fundamentales en servicios sociales y atención directa.
Para abordar estos desafíos proponemos tres líneas concretas de acción:
Primero, formación interna:
Invertir en formación ética y técnica, empoderando a los equipos para que
entiendan cómo funciona la IA, reconozcan sus límites y detecten posibles
sesgos.
Segundo, códigos éticos internos:
Desarrollar documentos claros y accesibles, con participación activa de los
equipos y las comunidades implicadas, definiendo principios básicos sobre
transparencia, privacidad, equidad y supervisión constante de los sistemas.
Tercero, supervisión humana
significativa:
Garantizar siempre que las decisiones críticas sobre las personas no dependan
únicamente de sistemas automáticos. Los profesionales deben validar cada
intervención desde un enfoque ético y empático.
Estas estrategias aseguran que la IA fortalezca y nunca debilite el compromiso con la justicia social y la dignidad humana.
Diversas experiencias recientes en España ejemplifican buenas prácticas éticas:
- Aplicación Kanjo (Asociación Entre Amigos, Sevilla): Detección temprana de situaciones de riesgo infantil mediante IA emocional, manteniendo siempre privacidad y supervisión profesional.
- Programa bMiradas (Autismo Burgos): Detección precoz del autismo con algoritmos auditados éticamente, manteniendo la decisión final en manos humanas.
- Skill “Memoria” para Alexa (Confederación Española de Alzheimer): Estimulación cognitiva adaptativa, diseñada éticamente para complementar el acompañamiento humano
Estos ejemplos demuestran cómo una implementación cuidadosa y ética permite aprovechar al máximo el potencial transformador de la IA sin perder nunca el enfoque humano.
La inteligencia artificial debe ser siempre un medio, nunca un fin en sí misma. Las entidades sociales tenemos la oportunidad y la responsabilidad de influir en cómo se desarrolla y aplica esta tecnología, garantizando que siempre respete los derechos humanos y promueva la dignidad y la justicia social.
Nuestro rol no es ser usuarios pasivos, sino protagonistas activas: debemos participar en debates sobre ética digital, gobernanza tecnológica e inclusión social, manteniendo una reflexión crítica constante.
Preguntémonos continuamente:
¿Refuerza esta tecnología la autonomía y dignidad de quienes atendemos?
¿Combate o refuerza inadvertidamente las desigualdades?
¿Potencia nuestra capacidad empática, o la limita?
Asumiendo plenamente nuestro compromiso con la ética y la justicia social, invito a todas las organizaciones a comenzar ya este diálogo interno, a definir claramente nuestros criterios éticos y explorar con responsabilidad las posibilidades y límites de la IA.
Porque esta tecnología puede y debe ayudarnos a transformar positivamente nuestras realidades. Pero depende de todas nosotras garantizar que así sea.