Lo más importante en un proyecto es escuchar lo que no se dice.
A lo largo de los años diseñando e impulsando proyectos en el Tercer Sector y la Economía Social, he aprendido que el problema no suele estar en la falta de buenas intenciones, sino en la ausencia de marcos que permitan ver más allá del problema inmediato.
Muchas organizaciones diseñamos proyectos con urgencia, respondiendo a convocatorias o necesidades puntuales, sin tiempo suficiente para levantar la mirada y preguntarnos: ¿Qué cambio queremos provocar realmente?, y ¿en quiénes deseamos sembrar ese cambio?
Este paso previo es el punto de inflexión por muchas razones.
Hoy, con un escenario cada vez más competitivo y una clara reducción de los fondos públicos para la financiación de proyectos —especialmente en sectores sociales, educativos o comunitarios— esto no es un lujo. Es una necesidad estratégica.
Entonces, ¿cómo podemos diferenciarnos de lo que ya se viene haciendo?
En mi experiencia, los proyectos que destacan y logran financiación comparten varios elementos:
Un marco claro de impacto que conecta las acciones con transformaciones deseadas.
Una mirada sistémica, que entiende el entorno, las relaciones entre actores y las dinámicas complejas que sostienen los problemas.
Y sobre todo: un relato coherente y poderoso que transmite sentido.
El poder del relato y lo que transmitimos es lo que nos conecta.
Hay herramientas que pueden ayudarnos a estructurar esta mirada.
La Teoría del Cambio (TdC), por ejemplo, no solo clarifica los resultados esperados, sino que obliga a pensar en el “para qué” y el “cómo” de cada paso.
La metodología del Enfoque de Marco Lógico (EML), aunque algo más rígida, sigue siendo útil para trazar líneas causales.
Enfoques más adaptativos como Lean Impact o Design Thinking pueden ser grandes aliados si lo que buscamos es flexibilidad e innovación.
El Enfoque Basado en Derechos Humanos (EBDH) pone el foco en las personas como titulares de derechos y permite identificar elementos clave de empoderamiento social.
Desde las economías feministas, es interesante explorar marcos como el Enfoque de Justicia de género o el Marco de Sostenibilidad de la vida, en donde cobran especial relevancia el rol de género en el marco del diseño, desarrollo e impacto.
Pero ninguna herramienta sustituye el ejercicio interno y colectivo de responder honestamente:
👉 ¿Qué queremos transformar?
👉 ¿En quién?
👉 ¿Desde dónde actuamos y por qué?
Algunos ejemplos del contexto actual
He visto propuestas valiosas quedar fuera por no justificar suficientemente a quién impactaban ni cómo lo medían.
Organizaciones con trayectoria que no logran financiación porque presentan los proyectos desde la urgencia, sin visión ni relato.
Y al contrario, entidades pequeñas que han conseguido apoyo por construir una narrativa clara, con foco en el cambio y una identidad bien definida.
En este proceso de diseño, los indicadores (de impacto) no son solo casillas que cubrir para la evaluación final, sino brújulas estratégicas que nos ayudan a sostener el rumbo del cambio que queremos generar.
Cuando los definimos con claridad —y vinculados a transformaciones reales en las personas, comunidades o territorios— se convierten en una herramienta política y técnica a la vez: nos obligan a preguntarnos qué significa realmente “impactar” y cómo sabremos si lo estamos logrando.
Elegir buenos indicadores no es medirlo todo, sino saber qué observar para aprender, corregir y comunicar con solidez. Y en un contexto de creciente competencia por fondos, contar con una narrativa respaldada por datos significativos puede marcar la diferencia entre ser escuchadas o pasar desapercibidas.
Hoy no basta con “hacer cosas buenas”. Necesitamos contar bien lo que hacemos, con coherencia, con sentido, con emoción. Y aquí entra el storytelling.
El poder de cómo lo contamos
Un buen diseño de proyecto es como una historia bien contada: tiene un comienzo que engancha, un propósito claro, protagonistas reales, un conflicto a transformar y una visión de futuro que genera esperanza.
Cuando evaluamos, lo que buscamos es una historia que nos inspire y nos dé confianza de que ese cambio es posible, así como que esa organización sea la adecuada para lograrlo.
No se trata de maquillar el proyecto, sino de narrarlo desde la verdad profunda.
Contar desde la vivencia, desde el por qué nos importa y desde el compromiso con las personas y los territorios. Eso se nota.
Claves para mejorar el diseño de proyectos
1- Empieza por el impacto, no por las actividades.
¿Qué cambio deseas ver en las personas o comunidades?
2- Define bien a quién te diriges.
¿Quiénes son los destinatarios del cambio? ¿Cómo los involucras?
3- Trabaja con marcos que amplíen tu mirada.
Usa teoría del cambio, mapas de actores, análisis de contexto, etc.
4- Cuida la narrativa.
No solo digas qué harás, explica por qué, para qué y desde dónde.
5- Revisa si tu propuesta inspira.
¿Lo que estás contando conecta emocionalmente con quien lo lee o escucha?
Diseñar un proyecto es imaginar el futuro que queremos crear, y hacerlo creíble, visible y compartido. Porque los fondos escasean, sí. Pero las buenas ideas bien contadas, con visión y coherencia, siguen encontrando su camino.
¿Qué historia quiere contar tu organización con el próximo proyecto? Y sobre todo, ¿Cómo la queremos contar para que inspire y tenga impacto?