Nunca pensé que mis hijos crecerían en una comunidad donde todos se conocen por su nombre. Tener una vivienda estable en 2035 es más que un derecho: es recuperar la dignidad que perdimos cuando la vivienda era un lujo"
A veces, para transformar la realidad, necesitamos contar historias que aún no han ocurrido… pero que podrían. Nos preguntamos: ¿y si imaginamos el mundo que queremos construir, como si ya fuera real?
El artículo que compartimos hoy es una pieza de futurología narrativa. Una especie de carta desde el futuro, escrita con los pies en el presente. Imagina que estamos en el año 2035, escuchando el testimonio de una abuela que relata a su nieta cómo comenzó un movimiento que cambió la forma de habitar las ciudades: la expansión de la vivienda cooperativa en cesión de uso.
Es una historia inventada… pero no del todo. Porque los nombres, las redes, las propuestas y las luchas que se mencionan son reales. Lo que hemos hecho es proyectarlas hacia un horizonte que nos gustaría alcanzar. Un horizonte donde la vivienda sea un derecho vivo, una comunidad tejida, un suelo común.
¿Y si esta historia fuera más que una ficción? ¿Y si fuera una invitación?
—Abuela, ¿de verdad hubo un tiempo en el que la gente no podía pagar una casa?
La niña me mira con los ojos muy abiertos, como si le contara un cuento extraño.
—Sí, mi cielo —respondo—. Desde que yo tendría tu edad los precios estaban tan disparados que muchos vivíamos con miedo. La vivienda, ese derecho que debería abrazarnos, estaba secuestrada por el mercado.
—¿Y cómo lo solucionasteis?
Le sonrío. Qué fácil parece ahora explicarlo, cuando ya todo se ve claro.
—Pues empezó cuando un grupo de personas decidió dejar de esperar… y empezar a construir. Y no hablo de ladrillos, sino de comunidad, de visión compartida, de dignidad.
Hace má de 30 años comenzaron a surgir proyectos pequeños, marginales, osados. Proyectos de personas visionarias, frágiles y vulnerables, pero que llevaban dentro una fuerza enorme: la convicción de que la vivienda no podía seguir siendo una carrera imposible, ni un privilegio para unos pocos. Queríamos que fuese un derecho vivo, un suelo común para empezar de nuevo.
Hubo reuniones en cooperativas, entidades sociales, pueblos, ciudades, plazas, centros cívicos. Hubo lágrimas, rabia, cansancio y una fuerza colectiva que sorprendía incluso a las personas que ya llevaban tiempo luchando.
Aquí, en Andalucía empezaron a nacer proyectos que hoy tú ves tan normales, mi niña:
-Cooperativas de vivienda en cesión de uso que ofrecían estabilidad donde antes había incertidumbre.
-Comunidades que compartían cuidados, recursos, patios y sueños.
-Gente que venía de situaciones muy difíciles encontrando, por fin, su primera zona de confort.
Pero esto no solo pasó aquí. En 2025 comenzó algo que cambió el mapa del Estado: la creación de la Red Vivienda Cooperativa, la sectorial de vivienda de REAS Red de Redes. Fue un momento histórico: por primera vez, territorios enteros se miraron y dijeron “vamos juntas”.
Recuerdo perfectamente aquel 21 de noviembre, la jornada de presentación:
— Ministerios que, por fin, empezaron a escuchar.
— Housing Europe compartiendo aprendizajes de otros países.
— Cooperativas jóvenes y veteranas contando cómo se teje comunidad.
— El primer mapa estatal de vivienda cooperativa mostrando que no éramos una excepción, sino un movimiento en expansión.
Yo lo vi desde mi cocina, con el portátil abierto, con la sensación de estar presenciando algo importante. No era solo una jornada técnica: era el anuncio de que la vivienda cooperativa dejaba de ser una rareza para convertirse en una alternativa real, sólida y necesaria.
—¿Y qué es lo más importante, abuela? —me pregunta mi niña mientras acaricia mi mano arrugada.
Le guiño un ojo.
—Que dejamos de actuar cada una por su lado. Empezamos a creer en la fuerza de una visión común. Eso, cariño, fue lo que lo cambió todo.
Porque las viviendas cooperativas crecieron, sí.
Las políticas públicas cambiaron, también.
Los proyectos se multiplicaron, claro.
Pero lo que transformó de verdad nuestras ciudades fue entender que nadie se salva sola.
Ni una madre con dos hijos buscando alquiler.
Ni una persona mayor aislada.
Ni un joven precarizado.
Ni una familia migrante.
Ni una organización social desbordada.
La vivienda cooperativa se convirtió en un acto de ternura colectiva, una rebelión humana frente a un mercado que había olvidado que detrás de cada puerta hay una vida.
—Abuela, ¿y tú qué hiciste?
—Yo ayudé a que otros encontraran un hogar. A veces, cielo, la revolución empieza por ahí.
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